Después de que el Episcopado decidio suspender el culto público en toda la República Mexicana, el pueblo se levantó en armas como una forma de defender sus creencias.
“Se cerró el templo… Ya no está Dios ahí, se fue a ser huésped de quien gustaba de darle posada ya temiendo ser perjudicado por el gobierno, ya no se oyó el tañir de las campanas que llamaban al pecador…El pueblo estaba de luto, se acabó la alegría…”, son las palabras de Cecilio Valtierra, cristero que expresa lo que sintió cuando el país fue privado de la religión católica el 31 de julio de 1926, día en que el Episcopado decidió suspender el culto público en toda la República (citado por Jean Meyer en el tomo I de su obra: “La cristiada”).
Inicio del movimiento
Después del asesinato del cura de Chalchihuites, a mediados de agosto de 1926, se da en Zacatecas el primer alzamiento armado, seguidos por Huejuquilla, Jalisco; en donde el 29 de agosto se da el grito que los caracterizará: “¡Viva Cristo Rey!”. En los meses venideros se produjeron 64 levantamientos espontáneos en: Jalisco, Michoacán, Zacatecas, Guerrero y Guanajuato; por grupos a los que el gobierno comenzó a llamar “cristeros” en tono de burla.
Estos grupos iniciaron armados con machetes o escopetas, pero con el tiempo consiguieron armas de los soldados federales, a quienes se las compraban o las tomaban a la fuerza; pues su condición física o económica no iba a impedirles pelear por su causa, al respecto Meyer (historiador mexicano de origen francés) nos cita a J.J Hernández:
Algunos armándose hasta con hacha y por los ranchos donde sabían que había armas iban a pedirlas… Sus sombreros desgarrados, mochos, su vestido todos remendados, otros iban en pelo de sus caballos, algunos no traían ni freno, otros nomás a pie.
La Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa
Es en marzo de 1925 cuando se funda ésta Liga, con el fin de darle unidad al movimiento y al poco tiempo de su creación, ya se había extendido por toda la República.
En noviembre de 1926 el Papa publica su encíclica Iniquis afflictisque, donde denuncia los atropellos a la Iglesia en México y alaba la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa y se conmueve ante los actos de los católicos mexicanos.
El 30 de noviembre la Liga Nacional hacen peticiones al Episcopado en un Memorial:
Una acción negativa que consista en no condenar el movimiento y una acción positiva que en:
- Sostener la unidad de acción.
- Formar la conciencia colectiva, se trata de una acción lícita y de legitima defensa armada
- Habilitar canónicamente vicarios castrenses.
- Urgir a los ricos católicos que suministren fondos a la lucha”.
Estudiadas las propuestas, los Obispos reunidos en la Comisión, les comunicaron que sus puntos habían sido aceptados a excepción de los dos últimos.
El 22 de febrero de 1927, el presidente de la Comisión de Obispos mexicanos da su opinión sobre si los católicos mexicanos hacían bien o mal al recurrir a las armas:
“Hasta ahora no habíamos querido hablar, por no precipitar los acontecimientos. Mas una vez que Calles mismo empuja a los ciudadanos a la defensa armada, debemos decir: que los católicos de México, como todo ser humano, gozan en toda su amplitud del derecho natural e inalienable de legítima defensa”.
Soluciones al conflicto de los Cristeros
“Cada vez que la prensa nos dice de un obispo posible parlamentario con el callismo, sentimos como una bofetada en pleno rostro, tanto más dolorosa cuanto que viene de quien podríamos esperar un consuelo”; parte de una carta escrita a los Obispos mexicanos por el general Gorostieta, quien al oír hablar sobre posibles arreglos entre la Iglesia y el Estado, decide enviarla el 16 de mayo de 1929 (Meyer, Tomo I, “La Cristiada”)
En esa misma carta Gorotiesta les dice a los obispos que el Episcopado no es el indicado para negociar con el Estado, sino la Guardia Nacional, ya que ellos existían para defender las libertades del pueblo. Sin embargo, el general no pudo concretar el arreglo, ya que fue asesinado el 2 de junio de 1929, siendo el general Degollado quien tomara su lugar como dirigente de la Guardia Nacional.
Los arreglos entre Estado e Iglesia
De acuerdo con López Beltrán es en junio de 1929 cuando se elige a los obispos Monseñor Pascual Díaz y Barreto, esto por que fueron los únicos que mostraron interés en negociar con los callistas. Fueron traídos a México por el embajador norteamericano Dwight Whitney Morrow, a quien se le consideraba cómplice de Calles.
De este supuesto arreglo no se consigo nada que estuviera dentro de las peticiones del Pio XI, de los cristeros o de la Liga Nacional, ni siquiera se obtuvo alguna anulación a la leyes que perseguían a la Iglesia. Lo único que obtuvieron fueron algunas palabras de conciliación del presidente así como la promesa de que no aplicaría de forma intransigente las leyes.
Los obispos, convencidos por varios actores, de que esto era lo que más se podía obtener del presidente, aceptaron el arreglo en un documento redactado en inglés por Morrow:
“(…) Me satisface manifestar que todas las conversaciones se han significado por un espíritu de mutua buena voluntad y respeto. Como consecuencia de dichas Declaraciones hechas por el C. Presidente, el clero mexicano reanudará los servicios religiosos de acuerdo con las leyes vigentes (…)” (López Beltrán en “La persecución religiosa en México”), leyes que habían propiciado todo el movimiento de los cristeros.
La reacción de los cristeros
El general Jesús Degollado Guízar, jefe de la Guardia Nacional dirigió unas palabras a los cristeros después de haberse enterado de la decisión que la Iglesia había tomado:
“La Guardia Nacional desaparece, no vencida por nuestros enemigos (…) Abandonada por aquellos que debían recibir (…) el fruto valioso de sus sacrificios y abnegación. ¡AVE, CRISTO! Los que por Ti vamos a la humillación (…) tal vez a la muerte gloriosa, víctimas de nuestros enemigos (…)”.
Tiempo después de haber firmado el arreglo con la Iglesia, el Estado comenzó, a través de agentes, los asesinatos de los cristeros con el fin de evitar un levantamiento nuevamente. Pero a pesar de estos actos, los cristeros permanecieron fieles a la decisión que su Iglesia había tomado.
Consolidación de la guerra
Se caracteriza por ser la etapa en la que se consolidan las posiciones de las personas ante el conflicto y en la que existieron opiniones encontradas entre los integrantes de la Iglesia con respecto a las acciones de los mexicanos;
- Algunos aprobaban el movimiento: el Obispo de Colima, Velasco, y el arzobispo de Guadalajara, Orozco y Jiménez, quienes ayudaron a su pueblo aun sabiendo que corrían riesgo si eran descubiertos.
- Otros como Ruiz y Flores y Pascual Díaz reprobaron la rebelión.
- Mientras que el resto permanecían indecisos.
Según Meyer, “a mediados de 1928, los cristeros ya no podían ser vencidos”, pues su número se había incrementado. Sin embargo, el ejército del gobierno ahora era apoyado por el norteamericano, lo cual no les permitía caerse.
En 1929 se veía un balance entre ambas fuerzas. No obstante, el número de bajas entre los cristeros era menor al de los federales en un enfrentamiento; esto se debía a la forma de pelea de los cristeros, pues llegaban, atacaban y huían sin darles tiempo a los federales de defenderse.